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Dr. Miguel Àngel Quintana Paz, Director del Dpto. de Ciencias Humanas de la UEMC.
A finales de 2016 el Oxford English Dictionary proclamó que, en su opinión, la palabra del año era “post-truth” (posverdad). Doce meses más tarde nuestra Real Academia de la Lengua incluiría tal vocablo en su diccionario, uniéndose a la tendencia que marcaban el resto de lenguas europeas. Ahora bien, ¿qué significa ese término? ¿Es solo un nuevo sinónimo de las mentiras de toda la vida? ¿O de la manipulación? ¿O del gusto por persuadir a la gente dirigiéndose sobre todo a sus emociones, a sus sentimientos, en lugar de apelar a su razón?
En este artículo defendemos que el calado filosófico de la idea de “posverdad” es mucho mayor. Al fin y al cabo, tanto las mentiras, como la manipulación o el recurso a las emociones de la audiencia han existido siempre. Pero la extensión de la posverdad marca un fenómeno nuevo en Occidente. Por primera vez, se expande en cada vez más capas de la población no tanto las mentiras, sino la indiferencia a la hora de distinguir entre mentiras y verdades. A lo largo de la historia se han defendido muy diversas verdades (y mentiras), pero nunca se había generalizado la impresión de que da igual que algo sea verdad o mentira. Eso es lo que implica que vivamos ahora tiempos de posverdad.
Constatar tal cosa no resultará sorprendente, empero, para quien haya seguido la filosofía de las últimas décadas. En nuestro artículo explicamos cómo tres filósofos muy distintos entre sí (el estadounidense Harry Frankfurt y los italianos Gianni Vattimo y Mario Perniola) ya venían anunciando desde los años 80 que este triunfo de la posverdad se veía venir; si bien no sería hasta 1992 que el periodista Steve Tesich empleara este término por vez primera para definir lo que todos ellos notaban inminente:
Nos estamos convirtiendo velozmente en prototipos del tipo de gente con que los monstruos totalitarios solo podían soñar. Todos los dictadores hasta la fecha se han visto obligados a esforzarse en suprimir la verdad. Pero nosotros, con nuestras acciones, estamos mostrando que esto ya no es necesario, que nos hemos hecho con un dispositivo espiritual capaz de arrebatar a la verdad todo su peso. Desde lo más hondo hemos optado, como seres libres, por vivir libremente en un mundo de posverdad.
Ahora bien, ¿por qué se ha generalizado de este modo la posverdad? Los tres filósofos que hemos citado ofrecen respuestas distintas a esta pregunta. Frankfurt señaló hacia la despreocupación, la mera falta de rigor, como culpable principal. Vattimo y Perniola miran más bien a los medios de comunicación como responsables, si bien bajo ópticas muy distintas: mientras que Vattimo creyó al principio que esas posverdades eran una buena noticia (cada uno podría elegir libremente en qué mundo vivir: el mundo que le mostraran sus medios de comunicación favoritos; ¿cabe libertad mayor que la de elegir tu propio mundo?), Perniola sin embargo fue siempre escéptico sobre las consecuencias de este desprecio por la ardua tarea intelectual de distinguir entre mentira y verdad.
Un cuarto analista clave para entender nuestro tiempo, el francés Gilles Lipovetsky, puede ayudarnos a profundizar en todo lo que significa el éxito presente de la posverdad. Lipovetsky está convencido de que vivimos tiempos de hipermodernidad. ¿Qué significa esto? En relación con la posverdad, ser hipermodernos significa que cada vez tenemos menos vínculos con nuestros semejantes (hiperindividualismo), como si romper todo tipo de ligazón con ellos fuera signo de una mayor libertad. El resultado de ese proceso es que al final se trata de romper también el vínculo con la verdad, como si esta fuera también “opresiva” para nuestra libre voluntad: y henos así de bruces con la posverdad.
Otra faz de la hipermodernidad es el hiperconsumismo: la obsesión por adquirir, usar rápido y desechar cuanto antes cualquier producto que se ponga a nuestro alcance. Se calcula, por ejemplo, que el 77 % del millón y medio de personas que compraron un iPhone 4 en su primer día de venta al público… ya tenían un iPhone. Y bien, la posverdad también satisface esta pasión hiperconsumista: en un mundo en que nos habituamos a lo efímero, la verdad se presenta como algo demasiado estable para nuestros nuevos gustos; en un mundo en que “el cliente siempre tiene la razón”, la verdad ya no puede ser algo independiente a los gustos de ese cliente que somos todos; y por ello decae el interés por buscarla con sinceridad.
Las conclusiones de este panorama de posverdad, hiperindividualismo e hiperconsumismo no pueden ser buenas. Varios de los sucesos que hoy conmueven a nuestro mundo demuestran que lo mostrado hasta aquí anda lejos de quedarse en una mera discusión entre filósofos: la política y la geopolítica contemporáneas no pueden entenderse ya sin tenerlo en cuenta. Por ello quizá convenga recordar la advertencia que nos hizo ya en su día la filósofa Hannah Arendt: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino gente para la cual la distinción entre hecho y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre verdadero y falso (es decir, los criterios del pensamiento) ya no existen”.
Referencia Bibliográfica: “Post-Truth as a Feature of Hypermodern Times”. Edukacja Filozoficzna (Instytut Filozofii Uniwersytetu Warszawskiego, Varsovia, Polonia, ISSN 0860-3839), n. 66 (2018), p. 143-161.